lunes, 19 de mayo de 2008

De generaciones y cánticos

Es frecuente que la poesía se adscriba a generaciones, o a grupos de amigos que se inquietan ante las mismas circunstancias, que se preocupan de una forma o de otra por las mismas cuestiones que asolan a aquellas circunstancias. El contexto histórico siempre influye, el mundo en el que vive el poeta es el mundo que éste canta, con más o con menos fantasmas, con unos sueños u otros, pero son los tiempos y los espacios los que dan a luz un tipo de cultura u otro, lo mismo que una poesía u otra: vitalista o desgarrada, sentimental, personal o social y crítica. Cambia la temática, varía la forma según se canten vicios o virtudes de una época determinada. La poesía, como cualquier otra forma de expresión cultural, es fruto de su tiempo, por eso cambia, por eso a veces rompe con lo anterior y otras cree que lo más propicio es recuperar lo que se compuso en tiempos pasados.
En la posguerra española la riqueza y diversidad en el ámbito de la poesía fue extraordinaria. Los censores apenas ejercían su tarea en un ámbito que se consideraba minoritario y restringido a los círculos de las revistas literarias en las que se publicaban los versos. Los primeros años de posguerra la poesía se manifestó como belicista, cantadora de los vencedores, pues sólo los intelectuales de ese bando pudieron permanecer en el país. Poesía arraigada y desarraigada surgen como dos formas de entender el momento histórico tamizado por el lenguaje poético.

Durante la década de los años cuarenta proliferaron las revistas literarias como altavoces por los que gritaban los poetas. Estas revistas supusieron un impulso a la renovación en el terreno de la lírica en un sentido o en otro. La revista Espadaña, por ejemplo, defendía una poesía antiformalista, una poesía rebelde que fuese expresión de los problemas sociales; en cambio, Cántico proponía la opción contraria, es decir, cultivar una poesía de refinamiento formal y de contenido intimista.
Pablo García Baena (Córdoba, 1923) fue quien fundó en 1947 con Ricardo Molina y Juan Bernier, entre otros, esa revista que reivindicaba el regreso al cuidado formal. El grupo Cántico cultiva así una poesía con lenguaje barroco, una poesía de estética sensual y muy vitalista que enlaza con la Generación del 27, especialmente con la figura de Luis Cernuda.


La obra de García Baena, un poeta que se deleita con las palabras y con su sonoridad para transportar al lector más allá de lo que dicen los signos, ha sido premiada recientemente con el Reina Sofía de poesía Iberoamericana, un galardón convocado por la Universidad de Salamanca y Patrimonio Nacional. El fin de este premio es reconocer el conjunto de la obra de un autor vivo que, por su valor literario, constituye una aportación relevante al patrimonio cultural común iberoamericano y de España. Como decía Luis Cernuda una de las alas de la poesía es la mirada, y la de García Baena es de esas miradas que elevan lo que tocan a través del lenguaje. Sin duda un merecido premio, ¡enhorabuena!


ELEGÍA

Me envuelvo en tu recuerdo
como en nieblas secretas que me apartan del mundo.
En la calle sonrío al amigo que pasa,
y nadie,
nunca nadie
adivinó mi muerte bajo aquella sonrisa
ni el frío sin consuelo de mis ojos que ciegan
pidiendo de los tuyos más desdén,
más veneno.
Ahora que la tarde se derrumba en las sombras,
y que el libro de versos resbala por mis manos,
ahora que la lluvia llora por los cristales
de mi ventana,
y llanto va a caer de mis ojos,
antes de que una mano encienda la dorada
llama de mi quinqué,
dime si tú no sueñas en tu balcón, ahora
que la lluvia nos une a los dos con sus lágrimas,
o si sobre el teclado de tu piano oscuro
agoniza Chopin
bajo tus manos trémulas.
Nunca sabrás el loco deseo que me tortura
de cautivar tus labios bajo mi boca ávida,
y sentir el latido de tu sien en mi mano
aprisionada como un pájaro aterido.
Pero no sabrás nunca nada de mi deseo.
Nada de cuando pienso desgarrar con mis dientes
los azules canales de tus venas
y juntos
morirnos desangrados, confundidas las sangres.
Pero estamos ajenos.
Yo sigo en mi ventana,
y tú soñando en otro mientras Chopin suspira,
ahora que aún no arde en mi quinqué la luz
y que a los dos nos une la lluvia con sus lágrimas.

sábado, 3 de mayo de 2008

El paisaje de los versos


“Valéry aludió al hastío de las cosas cuando el alma se cierra, o a cierto cansancio estético en relación con las cosas. Y el paisaje no es eso: el paisaje es, ya se sabe, un estado del alma para otro estado del alma”.
El poeta argentino de Entre Ríos Juan L. Ortiz consideraba la poesía como una manifestación del alma que se funde con el paisaje, el destino del propio poeta ahí reflejado. Nuestras percepciones del mundo, de lo otro, de lo que está fuera del ser mismo son en realidad visiones generadas interiormente, estados de ánimo que se esparcen por el paisaje fluvial, expresión de nosotros mismos, de nuestro discurrir por la vida.
Y a veces no lo valoramos, echamos por tierra la naturaleza que nos acoge y nos sumergimos en un entorno urbano cargado de ruido, un ensordecedor ambiente que nos impide oír lo que llevamos dentro. Juanele buscó con sus poemas interrogar al mundo, descubrirse y encontrarse en él, por eso siempre vivió interactuando con el territorio en el que nació, ese paisaje fluvial que trazan los afluentes del Paraná y el Uruguay. Versos que manifiestan un diálogo espiritual con los elementos naturales, especialmente con los ríos y sus aguas, versos en los que abundan los puntos suspensivos y los signos de interrogación como expresión lingüística de ese diálogo de almas. El poeta no se opone al mundo, se funde con él; objeto poetizado y sujeto son la misma cosa en la obra de Juan L. Ortiz. Su poesía celebra la vida primaria en comunión con la naturaleza y es optimista en cuanto a esa vuelta al origen: “yo sé que un día los frutos de la tierra y del cielo, más finos, llegarán a todos. Que las almas más ignoradas se abrirán a los signos más etéreos del día, la noche y de las estaciones...”
Pinta con sus palabras toda una cosmología en la que no falta detalle, pues todos los seres y las cosas que habitan en la tierra merecen ser reveladas; todo forma un conjunto armónico en el que debe integrarse el hombre, para lo cual éste debe aprender a mirar más allá de lo que ve, aprender a sentir y a escuchar con un nuevo sentido, con una “inteligencia ardiente”, la que posee quien vive con todo su ser. El propio poeta creía que para captar un objeto se necesitaba la sensación, la intuición, la imaginación y la preeminencia de matices entre la intuición y el concepto, sólo así el hombre puede entender el mundo y entenderse a sí mismo.



NO, NO LA TEMAS...
No, no la temas, ella te mira
de donde tú doblas, constantemente, los días...
Y de noche, aún, te visita,
y tú quizás ni sospechas que algunas veces por
tu hálito
ella te respira...:
y esa palidez que, de repente, mientras duermes, te
marfila,
desde, acaso, otro sueño, la huida
que tu frente y encera, anticipadamente, en lila
los párpados que te sellaría...?

Si ella es detrás, siempre detrás de ti
y es contigo
hasta cuando hacia las diez de un azul de setiembre tú vibras
con la brizna
en ese algo que lejos de pulsaría apenas si
verticalmente le mide
en otro jade el minuto
como un lapidario de éste, miniándole en su línea
el centelleo que a su pesar no remite,
no, el circuito…

Ella es menos que una sombra o ese nadie que te pierde en lo
invisible
y que te habita:
más en ti, en ti
que afuera entonces del tejido
de la millonésima de segundo que tú mueres al vivirte…

Pero puedes, con todo, hacerte tú ella misma
ardiéndote antes de que se incline
sobre tu velilla
tal el héroe al alzarla en una sola llama con la suya
ganándole al destino
el soplo que lo seguía...

y como tú, pues, en el poema en que de súbito, asimismo,
quemas ese momento de la oscuridad o de la luz que de todo
o de todos asumiste
y que con tu sangre también, les rindes
en insignia
del silencio a flamearles cuando el asta, por igual, deba
fundírseles
en lo que abrasa, de improviso,
el alrededor de unas islas…

(poema de "La orilla que se abisma")


[“La orilla que se abisma”, una película del cineasta Gustavo Fontán, combina poesía y cine para ofrecer al espectador una interesante mirada, la del poeta Juan Laurentino Ortiz]