lunes, 28 de julio de 2008

Pureza en el mar que acaricia a los muertos



“No existe el verdadero sentido de texto. Ni autoridad del autor. No es en mí donde se efectúa la verdadera unidad de mi obra. Yo he escrito una partitura, pero no puedo escucharla sino ejecutada por el alma y el espíritu de los demás”.

Paul Valery


Pensar acerca de la inspiración del poeta y teorizar sobre ella es algo que la historia dejó para rezagados tiempos. Después de muchos siglos de poetizar, el poeta fue adquiriendo conciencia de su poesía, y pensando que él mismo habría de ser más que un simple médium del que las musas osaban servirse. Platón se equivocaba, embriaguez y arrobamiento sin esfuerzo no daban fruto alguno. Los poetas románticos, como Victor Hugo o Novalis, pensaron desde su inspiración, Baudelaire dio un paso más allá al considerar que “la inspiración es trabajar todos los días” y es en la obra de Paul Valery donde pensamiento y poesía se abrazan y hasta se identifican. Sacar ese sueño poético de uno mismo no es fácil, requiere esfuerzo. Por eso, según la concepción que Valery tiene de la poesía, el poeta ha de ser crítico, responsable y consciente de su creación. Ha de buscar y encontrar la llamada “poesía pura”, definida por Jorge Guillén como “aquello que queda en el poema después de suprimir todo lo que no es poesía”. La poesía pura, tan defendida por el autor de “El cementerio marino”, establece una identificación entre el acto de hacer poesía y la realización del hombre. Valery entiende que a través de la poesía es posible lograr el conocimiento, esencia del pensar, luego también del existir.


EL CEMENTERIO MARINO

¡Oh alma mía, no aspires a la vida inmortal,
pero agota toda la extensión de lo posible.
Pindaro, Píticas III.

Calmo techo surcado de palomas,
palpita entre los pinos y las tumbas;
mediodía puntual arma sus fuegos
¡El mar, el mar siempre recomenzado!
¡Qué regalo después de un pensamiento
ver moroso la calma de los dioses!

¡Qué obra pura consume de relámpagos
vario diamante de invisible espuma,
y cuánta paz parece concebirse!
Cuando sobre el abismo un sol reposa,
trabajos puros de una eterna causa,
el Tiempo riela y es Sueño la ciencia.

Tesoro estable, templo de Minerva,
quietud masiva y visible reserva;
agua parpadeante, Ojo que en ti guardas
tanto sueño bajo un velo de llamas,
¡silencio mío!... ¡Edificio en el alma,
mas lleno de mil tejas de oro. Techo!

Templo del Tiempo, que un suspiro cifra,
subo a ese punto puro y me acostumbro
de mi mirar marino todo envuelto;
tal a los dioses mi suprema ofrenda,
el destellar sereno va sembrando
soberano desdén sobre la altura.

Como en deleite el fruto se deslíe,
como en delicia truécase su ausencia
en una boca en que su forma muere,
mi futura humareda aquí yo sorbo,
y al alma consumida el cielo canta
la mudanza en rumor de las orillas.

¡Bello cielo real, mírame que cambio!
Después de tanto orgullo, y de tanto
extraño ocio, mas pleno de poderes,
a ese brillante espacio me abandono,
sobre casas de muertos va mi sombra
que a su frágil moverse me acostumbra.
A teas del solsticio expuesta el alma,
sosteniéndote estoy, ¡oh admirable
justicia de la luz de crudas armas!
Pura te tomo a tu lugar primero:
¡mírate!... Devolver la luz supone
taciturna mitad sumida en sombra.

Para mí solo, a mí solo, en mí mismo,
un corazón, en fuentes del poema,
entre el vacío y el suceso puro,
de mi íntima grandeza el eco aguardo,
cisterna amarga, oscura y resonante,
¡hueco en el alma, son siempre futuro!

Sabes, falso cautivo de follajes,
golfo devorador de enjutas rejas,
en mis cerrados ojos, deslumbrantes
secretos, ¿qué cuerpo hálame a su término
y qué frente lo gana a esta tierra ósea?
Una chispa allí pienso en mis ausentes.

Sacro, pleno de un fuego sin materia;
ofrecido a la luz terrestre trozo,
me place este lugar alto de teas,
hecho de oro, piedra, árboles oscuros,
mármol temblando sobre tantas sombras;
¡allí la mar leal duerme en mis tumbas!

¡Al idólatra aparta, perra espléndida!
Cuando con sonrisa de pastor, solo,
apaciento carneros misteriosos,
rebaño blanco de mis quietas tumbas,
¡las discretas palomas de allí aléjalas,
los vanos sueños y ángeles curiosos!

Llegado aquí pereza es el futuro,
rasca la sequedad nítido insecto;
todo ardido, deshecho, recibido
en quién sabe qué esencia rigurosa...
La vida es vasta estando ebrio de ausencia,
y dulce el amargor, claro el espíritu.

Los muertos se hallan bien en esta tierra
cuyo misterio seca y los abriga.
Encima el Mediodía reposando
se piensa y a sí mismo se concilia...
Testa cabal, diadema irreprochable,
yo soy en tu interior secreto cambio.

¡A tus temores, sólo yo domino!
Mis arrepentimientos y mis dudas,
son el efecto de tu gran diamante...
Pero en su noche grávida de mármoles,
en la raíz del árbol, vago pueblo
ha asumido tu causa lentamente.

En una densa ausencia se han disuelto,
roja arcilla absorbió la blanca especie,
¡la gracia de vivir pasó a las flores!
¿Dónde del muerto frases familiares,
el arte personal, el alma propia?
En la fuente del llanto larvas hilan.

Agudo gritos de exaltadas jóvenes,
ojos, dientes, humedecidos párpados,
el hechicero seno que se arriesga,
la sangre viva en labios que se rinden,
los dedos que defienden dones últimos,
¡va todo bajo tierra y entra al juego!

Y tú, gran alma, ¿un sueño acaso esperas
libre ya de colores del engaño
que al ojo camal fingen onda y oro?
¿Cuando seas vapor tendrás el canto?
¡Ve! ¡Todo huye! Mi presencia es porosa,
¡la sagrada impaciencia también muere!

¡Magra inmortalidad negra y dorada,
consoladora de horroroso lauro
que maternal seno haces de la muerte,
el bello engaño y la piadosa argucia!
¡Quién no conoce, quién no los rechaza,
al hueco cráneo y a la risa eterna!

deshabitadas testas, hondos padres,
que bajo el peso de tantas paladas,
sois la tierra y mezcláis nuestras pisadas,
el roedor gusano irrebatible
para vosotros no es que bajo tablas
dormís, ¡de vida vive y no me deja!

¿Amor quizás u odio de mí mismo?
¡Tan cerca tengo su secreto diente
que cualquier nombre puede convenirle!
¡Qué importa! ¡Mira, quiere, piensa, toca!
¡Agrádale mi carne, aun en mi lecho,
de este viviente vivo de ser suyo!

¡Zenón! ¡Cruel Zenón! ¡Zenón de Elea!
¡Me has traspasado con tu flecha alada
que vibra, vuela y no obstante no vuela!
¡Su son me engendra y mátame la flecha!
¡Ah! el sol... ¡Y qué sombra de tortuga
para el alma, veloz y quieto Aquiles!

¡No! ¡No!... ¡De pie! ¡En la era sucesiva!
¡Cuerpo mío, esta forma absorta quiebra!
¡Pecho mío, el naciente viento bebe!
Una frescura que la mar exhala,
ríndeme el alma... ¡Oh vigor salado!
¡Ganemos la onda en rebotar viviente!

¡Sí! Inmenso mar dotado de delirios,
piel de pantera, clámide horadada
por los mil y mil ídolos solares,
hidra absoluta, ebria de carne azul,
que te muerdes la cola destellante
en un tumulto símil al silencio.

¡Se alza el viento!... ¡Tratemos de vivir!
¡,Cierra y abre mi libro el aire inmenso,
brota audaz la ola en polvo de las rocas!
¡Volad páginas todas deslumbradas!
¡Olas, romped con vuestra agua gozosa
calmo techo que foques merodean!

Paul Valery (Traducción de Javier Sologuren)

domingo, 27 de julio de 2008

Palabras al otro lado de la muerte

Muerte. A vueltas con los panteones. Tumbas que a veces dicen más de lo que obligados callan los muertos que acogen. Tumbas de poetas, tumbas de pensadores. ¿Cómo no sentir que bajo la tierra se ocultan cadáveres de hombres cuyas voces aún viven, aún se oyen? Escritores que arrancan al tiempo su tiempo, que no temen a esa dama fúnebre que baila con mortales, pues la esquivan y la evaden con versos, prolongaciones del yo que evita de la muerte cualquier beso.

“¿Quién yace en la tumba de un poeta?”, se pregunta el holandés Cees Noteboom en un libro que invita a reflexionar sobre la vida mientras se camina por los senderos de la muerte. “El poeta no”, se responde, “porque está muerto y el que está muerto ya no es nadie y, por tanto, tampoco está su tumba”. Borges, Balzac, Joyce o Cortázar, entre otros muchos, no están en sus nichos de descanso eterno, no viven en sus tumbas, mausoleos que Simone Sassen ha fotografiado y que se muestran en el libro “Tumbas de poetas y pensadores”.
Cees Noteboom escribe: “todo es irracional. Llevamos flores a nadie, arrancamos los hierbajos para nadie y aquel por quien vamos no sabe que estamos allí. Sin embargo, lo hacemos. En algún rincón secreto de nuestro corazón albergamos la idea de que esa persona nos ve y se da cuenta de que seguimos pensando en ella. Pues eso es lo que queremos; queremos que los muertos reparen en nosotros, queremos que sepan que seguimos leyéndoles, porque ellos siguen hablándonos. Cuando nos hallamos al lado de sus tumbas, sus palabras nos envuelven. La persona ya no existe, pero las palabras y los pensamientos permanecen”.












jueves, 24 de julio de 2008

"Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.
¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.
Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: «qué calor hace», «dame agua», «¿sabes manejar?», «se hizo de noche»... Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho «ya es tarde», y tú sabías que decía «te quiero»).
Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón
."


Jaime Sabines


Sé que iré al panteón y mi carne será alimento para los gusanos, sé que seré sólo huesos o quizá ceniza dada al viento, aire en movimiento que me dejará en cualquier parte. Sé que ser mortal implica necesariamente una existencia efímera, y que por ello la vida hay que vivirla. Estuve meses jugando a la rayuela, saltando sola de casilla en casilla, creyendo que una mano amiga me ayudaba a pasar los horizontes de tiza. Pero ahora sé que me equivocaba, que esa mano se olvidó hace tiempo de que existo. Por ella estuve en el manicomio, me creí cuerda como cualquier loco. Huí, eché a correr lejos de ese hospital del desequilibrio emocional, reuní todo el amor del tiempo, todas las palabras posibles para decir “te quiero”.
No fue una semana, he de confesarlo. Meses, ya he dicho que fueron meses de pensarte dentro de esa tumba de la ló(gi)ca. Y no fumo, pero te fumé. Te bebí, claro que te bebí. ¿Te respiré? Sí, te respiré en soledad y en silencio, desobedeciendo la receta médica que prescribía abstinencia y tiempo sin ti.
Ahora vivo, y sé que iré al panteón, pero no será en este momento en el que ya me he curado de ti. He salido del manicomio para sentir que estoy entrando en el cielo, última casilla de la rayuela, la primera para empezar a jugar a otro juego.

lunes, 21 de julio de 2008

Poesía hablada

La lectura es un acto individual, una actividad en la que el lector se entrega, con alma y cabeza, a la historia que lee, historia por la que se deja atrapar y en la que deposita de alguna manera parte de su ser. Sin embargo, la lectura “colectiva” o mejor aún la lectura compartida es no sólo posible, sino que además puede resultar fructífera. La poesía requiere entrar al fondo de su esqueleto metafórico para desentrañarlo y conseguir un mejor entendimiento de aquello que quien lo escribió quiso transmitir. Pero la metáfora es una figura con significados que bailan de acuerdo al sentido que el receptor quiera darle y por eso escuchar poesía es dejarse llevar por lo que la voz del momento nos sugiera, sin entrar en un estudio profundo, pero dejando aflorar los sentimientos más hondos. ¿Y no es esto poesía en estado puro?
Los recitales son una buena forma de llevar al público la poesía que éste no lee, bien por considerarla oscura, difícil, insondable o sombría o bien porque resulta simplemente demasiado aburrida. Si quien recita domina el arte de la elocuencia y es capaz de transmitir lo que desea a los otros, estos que escuchan sentirán que la poesía penetra en ellos y que sus versos se quedan titilando dentro, allí donde deben hacerlo. Pero si la voz se muestra inútilmente abatida, o suena pretenciosa y erudita únicamente por gritarse en palabras ampulosas y de pronunciación difícil, conseguirá que el ánimo del público decaiga irremediablemente y que dé aplausos mecánicos, pero no sinceros.
No hay que olvidar que el origen de la poesía se encuentra en el terreno de la comunicación oral, por eso recuperar su sentido primigenio resulta positivo si se pretende dar más visibilidad a un terreno literario árido o cuanto menos desconocido. Pero el arte de hablar en público y acercarse a éste a través de la palabra no es tarea sencilla, y cada vez son menos los que logran atrapar al lector convertido en oyente.
Pocos se salvan, pero haberlos hailos. Por eso sigo llevando en las entrañas una metáfora clavada: aquel “vaho de los bueyes” que se repetía en algunos poemas de Fernando Gómez Aguilera, y parecía revelarse como algo enteramente suyo. Y es que los poetas se vierten en sus versos, son estos su reflejo, aunque a veces los lectores no sepamos verlo.




Aprendí a esperar la luz
y venía a nuestra guarida.

Sillar que aguardas di,
di la nieve y el frío.

: “nos fue fiel el invierno
entre balcón y tejas”
.........................................

Caigo en la piedra púrpura,
la roca, la palabra.

Arde dentro del desierto,
¿nuestra tumba de seda?

Sólo hay agua en la sed.
Sólo sed en la piedra
........................................

Todo lo que he sido
está fuera de mí.

Duermen mis figuras
en las arterias
de las plantas umbrías.

Pulverizado, victorioso
en el vacío.
Sólo creo
en la ternura y en los bosques.

Ser tan poco y apenas.
¿Podré regresar a lo que amo?

Vaho de bueyes en mi iris.

.......................................

Estoy de paso por el centro
de la luz celebrada.

Veo el insecto azul,
su fe y su célibe silencio.

Es mi esquina más pura.
Allí pastan mis animales.

Huele a ramas tronchadas.
Y llega el olor a fermentos.

Así es la luz: incierta.
Y apenas entra en la palabra.

Nunca entra en nada
que no sea su misma luz.

Y luego allí, en su fuego,
ardiendo hasta cegarnos.

Miro los ciruelos, tu mano,
el muslo de tus sueños.

Memoria del humo. Una brizna
de fulgor y condena.

Luz incierta (Fernando Gómez Aguilera)

viernes, 11 de julio de 2008

¿Vos creés en el destino?

















Cuadro blanco sobre fondo blanco (Malevich, Kasimir)

No había, en su mente, ni miedo ni inquietud. Un lago tranquilo le había estallado, de repente, en el alma. Tenía el mismo sonido que una voz que conocía.
Se volvió y lentamente regresó sobre sus pasos. Ya no había viento, ya no había noche, ya no había mar para ella. Andaba, y sabía hacia dónde andaba. Eso era todo. Sensación maravillosa. De cuando el destino finalmente se descubre, y se convierte en un sendero inteligible, y huella inequívoca, y dirección exacta. El tiempo interminable de la aproximación. Aquel acercamiento. Ojalá no acabara nunca. El gesto de entregarse al destino. Ésa sí que es una emoción. Sin más dilemas, sin más mentiras. Saber dónde. Y alcanzarlo. Allá donde esté el destino.
(...)
No cesarían nunca. Cada uno a su manera, pero todos continuarían contando lo de aquellos dos y lo de aquella noche entera transcurrida restituyéndose la vida, el uno a la otra, con los labios y con las manos, una muchachita que no ha visto nunca nada y un hombre que ha visto demasiado, el uno dentro de la otra –cada palmo de la piel es un viaje, de descubrimiento, de retorno –en la boca de Adams sintiendo el sabor del mundo, en el pecho de Elisewin olvidándolo –en el regazo de aquella noche tumultuosa, negra tempestad, ascuas de espuma en la oscuridad, olas como montañas desmoronadas, ruido, ráfagas sonoras, furiosas, de sonido y de velocidad, lanzadas a ras de agua, en los nervios del mundo, mar océano, coloso rezumante, tumultuoso –suspiros, suspiros en la garganta de Elisewin –terciopelo que vuela –suspiros a cada nuevo paso en ese mundo que corona montes nunca vistos y lagos de formas impensables –sobre el vientre de Adams el peso blanco de esa muchachita que se balancea con músicas mudas –quién hubiera dicho que al besar los ojos de un hombre se pudiera ver tan lejos –al acariciar las piernas de una muchachita se pudiera correr tan rápido y huir –huir de todo – ver lejos –venían de los dos extremos más alejados de la vida, eso es lo sorprendente, pensar que nunca se habrían rozado salvo atravesando de punta a punta el universo, y en cambio ni siquiera habían tenido que buscarse, eso es lo increíble, y lo único difícil había sido reconocerse, reconocerse, cosa de un instante, la primera mirada y ya lo sabían, eso es lo maravilloso –eso seguirían contándolo siempre en las tierras de Carewall, para que nadie pueda olvidar que nunca se está lo bastante lejos para encontrarse...
Océano mar (Alessandro Baricco)

jueves, 10 de julio de 2008

¿Vender la pluma?


¿Y qué tengo que hacer?
¿Buscarme un valedor poderoso, un buen amo,
y al igual que la hiedra, que se enrosca en un ramo
buscando en casa ajena protección y refuerzo,
trepar con artimañas, en vez de con esfuerzo?
No, gracias. ¿Ser esclavo, como tantos lo son,
de algún hombre importante? ¿Servirle de bufón
con la vil pretensión de que algún verso mío
dibuje una sonrisa en su rostro sombrío?
No, gracias. ¿O tragarme cada mañana un sapo,
llevar el pecho hundido, la ropa hecha un harapo
de tanto arrodillarme con aire servicial?
¿Sobrevivir a expensas de mi espina dorsal?
No, gracias. ¿Ser como ésos que veis a Dios rogando
-oh, hipócritas malditos- y con el mazo dando?
¿Y que, con la esperanza de alguna sinecura,
atufan con incienso a quien se las procura?
No, gracias. ¿Arrastrarme de salón en salón
hasta verme perdido en mi propia ambición?
¿O navegar con remos hechos de madrigales
y, por el viento, el suspiro de doncellas banales?
No, gracias. ¿Publicar poniendo yo el dinero
de mi propio bolsillo? Muchas gracias, no quiero.
¿Hacerme nombrar papa en esas chirigotas
que en los cafés celebran, reunidos, los idiotas?
No, gracias. ¿Desvivirme para forjarme un nombre
que tenga de endiosado lo que no tiene de hombre?
No, gracias. ¿Afiliarme al club de marionetas?
¿Querer a toda costa salir en las gacetas?
¿Y decirme a mí mismo: no hay nada que me importe
con tal de que mi ingenio se cotice en la Corte?
No, gracias. ¿Ser miedoso? ¿Calculador? ¿Cobarde?
¿Tener con mil visitas ocupada la tarde?
¿Utilizar mi pluma para escribir falacias?
No, gracias, compañero. La respuesta es: no, gracias.
Cantar, soñar en cambio. Estar solo, ser libre.
Que mis ojos destellen y mi garganta vibre.
Ponerme, si me place, el sombrero al revés,
batirme por capricho o hacer un entremés.
Trabajar sin afán de gloria o de fortuna.
Imaginar que marcho a conquistar la Luna.
No escribir nunca nada que no rime conmigo
y decirme, modesto: ah, mi pequeño amigo,
que te basten las flores, las frutas y las hojas,
siempre que en tu jardín sea donde las recojas.
Y si por suerte un día logras la gloria así,
no habrás de darle al César lo que él no te dio a ti.
Que a tu mérito debas tu ventura, no a medra,
y, en resumen, que haciendo lo que no hace la hiedra,
aun cuando te faltare la robustez del roble,
lo que pierdas de grande, no te falte de noble.


Cyrano de Bergerac

martes, 8 de julio de 2008

Amor de carta

“¿De dónde habrá surgido la idea de que las personas pueden comunicarse mediante cartas? Uno puede pensar en una persona distante y puede tocar a una persona cercana; todo lo demás queda más allá de las fuerzas humanas. Escribir cartas, sin embargo, significa desnudarse ante los fantasmas, que las esperan con avidez. Los besos por escrito no llegan a su destino, se los beben por el camino los fantasmas. Con este abundante alimento se multiplican en forma desmesurada. La humanidad lo percibe y lucha por evitarlo. Y para eliminar en lo posible lo fantasmal entre las personas y lograr una comunicación natural, para recuperar la paz de las almas, ha inventado el ferrocarril, el automóvil, el aeroplano. Pero ya es tarde: son evidentemente inventos hechos en el momento del desastre. El bando opuesto es tanto más calmo y poderoso; después del correo inventó el telégrafo, el teléfono, la radio. Los fantasmas no se morirán de hambre, y nosotros, en cambio, pereceremos.”
Franz Kafka a Milena Jesenská

Los amantes de Magritte (1928)

Quizá los besos por escrito sí puedan llegar a su destino. Será difícil escribir un beso, describir su sabor, conseguir que los labios del emisor lleguen a tocar los labios de la receptora o viceversa. Pero hay quienes lograron amarse por correspondencia. Pedro Salinas, poeta español de la generación del 27, escribía cartas para amar a distancia. Amar era escribir, y esa forma de amar era lo que le daba la vida. Sólo la correspondencia con su amante Katherine Whitmore le salvaba del mundo tangente, sólo Katherine parecía renovarle y darle la fuerza para creer que podía ser el Pedro que él mismo quería ser, no el Pedro público, el Don Pedro atado a un mundo que sólo era “alrededores”. Así escribía el poeta el 30 de marzo de 1933 desde Santander a su amante:

“Cuando tú escribes Pedro, en ese Pedro escrito por tu mano, visto por ti, creado por ti, yo vivo en mi máxima vida, me purifico, me mejoro, me elevo. Vivo más, y más alto. Me quito años, preocupación, angustias. Pierdo peso, asciendo por gracia de tu mano al escribir: Pedro. En cambio, cuando dentro de una hora alguien me diga: Salinas, o Don Pedro, en ese apelativo volveré a sentirme dolorosamente yo, el de siempre, el que no es más de lo que es. (…) Necesito creer que la imagen cierta es la que tú creas, y que yo soy tu Pedro Salinas.”

Crearon un mundo paralelo, un mundo que era sólo suyo, de los dos, de nadie más. Y como los amantes, separados por un “mar que separaba lo que unía”, carecían de la posibilidad de un contacto frecuente, éste fue sustituido por la relación epistolar, que ayudó a superar o a crear un «lecho de distancias».
Pedro Salinas con su amor y su nostalgia inventó verdaderamente el infinito, consiguió amar por carta a su Katherine; sólo así fue capaz de hacerlo, pues la realidad que vivía frenaba ese amor incondicional del alma, ese amor metafísico. Era un amor que, según Katherine, no tenía lugar propio.
Pero sí lo tuvo, aunque no en la realidad palpable, en la vida tangente, sino en ese mundo que Salinas había inventado “para los dos”, para dar fuerza vital a ese amor que culminaría en la poesía, en esa trilogía que constituyen “La voz a ti debida”, “Razón de amor” y “Largo lamento”.

“En ese terreno es donde nuestras dos almas pueden darse cita siempre sin miedo a nada. Nuestra poesía es como nuestro hogar inconquistable por nadie, nuestro paraíso privado, el espacio que hemos logrado crear para nosotros, para siempre”.

Pedro Salinas



Lo que eres
me distrae de lo que dices.
Lanzas palabras veloces,
empavesadas de risas,
invitándome
a ir adonde ellas me lleven.
No te atiendo, no las sigo:
estoy mirando
los labios donde nacieron.
Miras de pronto a los lejos.
Clavas la mirada allí,
no sé en qué, y se te dispara
a buscarlo ya tu alma
afilada, de saeta.
Yo no miro adonde miras:
yo te estoy viendo mirar.
Y cuando deseas algo
no pienso en lo que tú quieres,
ni lo envidio: es lo de menos.
Lo quieres hoy, lo deseas;
mañana lo olvidarás
por una querencia nueva.
No. Te espero más allá
de los fines y los términos.
En lo que no ha de pasar
me quedo, en el puro acto
de tu deseo, queriéndote.
Y no quiero ya otra cosa
más que verte a ti querer.

La voz a ti debida

miércoles, 2 de julio de 2008

La absurda matemática de la poesía

"Aprenderán a pensar otra vez por sí mismos, aprenderán a saborear las palabras y el lenguaje. A pesar de todo lo que les digan, las palabras y las ideas pueden cambiar el mundo".