Consideraba un cuento absurdo y del todo inverosímil eso que llaman metempsícosis. Nada que no pudiese comprobar a través de sus sentidos merecía para él la consideración de verdad o posible verdad. Él era de esos que necesitan ver para creer. Por eso se burlaba de aquellos que creían en la reencarnación de las almas, ridiculizaba a quienes estaban convencidos de que los espíritus viajan y son capaces de encarnarse en otros cuerpos, en materias de las que acaban siendo su sustancia. Sólo los descubrimientos de la ciencia merecían a sus ojos un juicio positivo, un juicio que les otorgaba verdad y validez universal. El trillado pero inestable argumento de “está científicamente comprobado” era en su boca argumento de autoridad. Para él los filósofos que cuestionaban la sacrosanta palabra del científico eran unos insensatos, insolentes mequetrefes que no comprendían las complejas formulaciones de esos divinos y sabios hombres de ciencia.
Patochadas, sandeces y majaderías eran los calificativos que arrojaba contra los cuentos mitológicos. Uno de los que más sufría su tono burlesco y sus descalificaciones era, como hemos dicho, eso de la metempsícosis. ¿Cómo el alma, que ni siquiera sabemos qué es y qué pinta si es que es y pinta algo en nosotros, puede moverse de un cuerpo a otro a su antojo o al antojo de la muerte? Quienes en la reencarnación de las almas creían no eran más que unos estúpidos, unos ingenuos que no pensaban y que nada de lo que otros les contaban se atrevían a cuestionar.
Patochadas, sandeces y majaderías eran los calificativos que arrojaba contra los cuentos mitológicos. Uno de los que más sufría su tono burlesco y sus descalificaciones era, como hemos dicho, eso de la metempsícosis. ¿Cómo el alma, que ni siquiera sabemos qué es y qué pinta si es que es y pinta algo en nosotros, puede moverse de un cuerpo a otro a su antojo o al antojo de la muerte? Quienes en la reencarnación de las almas creían no eran más que unos estúpidos, unos ingenuos que no pensaban y que nada de lo que otros les contaban se atrevían a cuestionar.
Sin embargo, hay dudas que no quedan impunes. Un día ese supuesto engaño, que lo era porque sus cinco sentidos tradicionales no se lo mostraban como verdad, se convirtió para él en la Verdad absoluta, en aquello de lo que aun queriendo no era capaz de dudar. Aquel día, en aquel instante, todo cambió para ese hombre incapaz de creer en lo que no podía ver. Su alma, en el momento de conocerla, decidió exiliarse. Sentía que su patria no era ya la patria en la que nació. Su hogar era ese otro cuerpo, la fiel representación a su juicio del cielo o del paraíso. Pero entonces nadie creyó sus palabras, todos lo tomaron por loco. Nadie le escuchó cuando por las calles gritaba convencido que las almas son capaces de transmigrar en vida. Nadie le creyó, pues su sensación sólo para él era indubitable, sólo él sentía su alma fuera de sí, sólo él sabía que su alma había emigrado hacia un país llamado Ella.
3 comentarios:
Impresionante el texto. Yo es que contigo sólo puedo alucinar. Lo sabes.
Me gusta su literariedad. El contenido... jeje: el amor no existe ;).
Sea como fuere... No dudo de la existencia del sentir... en todas sus posibles versiones... :)
Me alegra comprobar que sigues tan poética y literaria como siempre. Un placer para los sentidos, quizá más aún para la vista, y para el corazón.
Nos leemos.
D.
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