viernes, 30 de julio de 2010


Amor de amar amor es un abecedario de palabras que no vale nada o puede valerlo todo. Al igual que hay lenguajes que nos calientan como el sol, también hay otras expresiones que nos enfrían. En relación a esta semántica amorosa, inherente a los corazones que cultivan el verso como forma de sí, desde las entretelas de la vida, el filósofo José Antonio Marina acaba de publicar un tratado de los sentimientos a través de las más intensas cartas de amor de todos los tiempos; una peculiar forma de hacernos ver y vivir el amor. Misivas que son desahogo, no sólo de literatos, sino de cualquier ser humano con alma de poeta; duende que se tiene cuando en verdad se está enamorado. Por desgracia, vivimos en un mundo donde hacer el amor es fácil, pero enamorarse es un arte difícil de mantenerlo en esta sociedad de mercaderes, donde cada día proliferan más los adictos a los usos de usar y dejar tirado.
La calidad humana se mide por el amor gestado, que por mucho que se gusta no se desgasta. Un amor de amar que necesitamos explicitarlo. Sea con cartas, con poemas, o injertando una sonrisa en los ojos que besan. El amor nos necesita y le necesitamos para no morir de pena. No en vano, José Antonio Marina en su libro “palabra de amor”, se pregunta y nos interroga, pienso que adrede: ¿Cómo convertir el “amor pasión” en una “vida amorosa”? ¿Cómo mantener el entusiasmo inicial en las rutinas diarias? Sin duda, éste es el gran problema que todos los amantes han tenido que resolver a su manera, con mayor o menor éxito. Por ello, a renglón seguido, el autor de la citada joya literaria, vuelve a la carga de interpelaciones con el lector: ¿Qué puede esperar el lector o la lectora de este libro? La respuesta no tiene desperdicio: “Que le anime a conocer la experiencia de otras personas, sus aciertos y equivocaciones; que le permita entrar en los corazones ajenos y, tal vez, que le impulse a conocer mejor su propio corazón, que siempre es un enigma”. Lo que es ley de amor, primera letanía, es que para podernos dar antes tenemos que conocernos. Si a nosotros mismos no nos conocemos, qué damos.
También coincido con Marina en reivindicar las vidas amorosas felices, no exentas de dificultades, porque el amor auténtico cuesta, es un corazón que se entrega sin letra de cambio. La lección del científico Einstein, de que vivimos en el mundo cuando amamos y de que sólo una vida vivida para los demás merece la pena ser vivida, nos ayuda a ponernos en situación, cuando menos en camino. En el amor, al fin y al cabo, no basta únicamente con ser, hay que estar para ese ser que uno ama, más allá de una fecha o de un día, y hacerlo sin medida, porque el amor medido es poca palabra para lo mucho que significa. A sus lances me remito. Mientras que el corazón tiene amor, la vida conserva ilusiones: es un hecho tan real como la vida misma. Demos, pues, fuelle a los anhelos que brotan lenguas de deseos y silencios que hablan. No le pongamos grilletes. Son palabras de amor que nos resucitan por dentro y por fuera.

Víctor Corcoba Herrero

viernes, 23 de julio de 2010

Morir, morirnos

No es que muera de amor, muero de ti.
Muero de ti, amor, de amor de ti,
de urgencia mía de mi piel de ti,
de mi alma, de ti y de mi boca
y del insoportable que yo soy sin ti.


Muero de ti y de mi, muero de ambos,
de nosotros, de ese,
desgarrado, partido,
me muero, te muero, lo morimos.

Morimos en mi cuarto en que estoy solo,
en mi cama en que faltas,
en la calle donde mi brazo va vacío,
en el cine y los parques, los tranvías,
los lugares donde mi hombro
acostumbra tu cabeza
y mi mano tu mano
y todo yo te sé como yo mismo.

Morimos en el sitio que le he prestado al aire
para que estés fuera de mí,
y en el lugar en que el aire se acaba
cuando te echo mi piel encima
y nos conocemos en nosotros,
separados del mundo, dichosa, penetrada,
y cierto, interminable.

Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos
entre los dos, ahora, separados,
del uno al otro, diariamente,
cayéndonos en múltiples estatuas,
en gestos que no vemos,
en nuestras manos que nos necesitan.

Nos morimos, amor, muero en tu vientre
que no muerdo ni beso,
en tus muslos dulcísimos y vivos,
en tu carne sin fin, muero de máscaras,
de triángulos oscuros e incesantes.
Muero de mi cuerpo y de tu cuerpo,
de nuestra muerte, amor, muero, morimos.
En el pozo de amor a todas horas,
inconsolable, a gritos,
dentro de mí, quiero decir, te llamo,
te llaman los que nacen, los que vienen
de atrás, de ti, los que a ti llegan.
Nos morimos, amor, y nada hacemos
sino morirnos más, hora tras hora,
y escribirnos y hablarnos y morirnos.

Jaime Sabines

lunes, 12 de julio de 2010

Holanda vuelve a rendirse ante España. Esta vez no nos entrega la llave de la ciudad de Breda; esta vez su derrota, o mejor nuestra victoria, nos da la copa del mundo. Y como en este cuadro de Las Lanzas o La rendición de Breda de Velázquez en el que Ambrosio de Spínola muestra su caballerosidad y no admite la humillación del holandés, el equipo de fútbol español ha brillado por su humildad, por su deportividad, por unos valores que hacen que la victoria tenga un sabor aún más especial. Porque Andrés Iniesta en el momento que probablemente será el más importante de su carrera como futbolista, el instante en el que marcó el gol del triunfo, se acordó de quien ya no está, de Dani Jarque, que hoy no puede celebrar que España ha ganado por primera vez en su historia un Mundial de Fútbol, el de Sudáfrica 2010. Se quita protagonismo, se acuerda del otro, de un compañero, de un amigo al que le brinda su gran gol.
Humildad de Iniesta, humildad también la del seleccionador Vicente Del Bosque, el salmantino sosegado, tranquilo, confiado en que el tiqui-taca, el estilo de un fútbol que a cualquiera gusta ver podía dar la victoria a un equipo sin fisuras, a un equipo-piña en el que sobra el individualismo, en el que la estrella es el conjunto. Un Vicente Del Bosque que agradece las críticas, que no entra en juegos sucios y cuyas primeras palabras tras ganar el mundial de fútbol son dignas de un hombre con unos valores humanos que todos deberíamos tomar como ejemplo.
El fútbol que tanto mueve a las masas puede unir a un país, puede hacer realidad su sueño. Desde luego el fútbol de esta selección se ha convertido en una bella metáfora...