sábado, 3 de mayo de 2008

El paisaje de los versos


“Valéry aludió al hastío de las cosas cuando el alma se cierra, o a cierto cansancio estético en relación con las cosas. Y el paisaje no es eso: el paisaje es, ya se sabe, un estado del alma para otro estado del alma”.
El poeta argentino de Entre Ríos Juan L. Ortiz consideraba la poesía como una manifestación del alma que se funde con el paisaje, el destino del propio poeta ahí reflejado. Nuestras percepciones del mundo, de lo otro, de lo que está fuera del ser mismo son en realidad visiones generadas interiormente, estados de ánimo que se esparcen por el paisaje fluvial, expresión de nosotros mismos, de nuestro discurrir por la vida.
Y a veces no lo valoramos, echamos por tierra la naturaleza que nos acoge y nos sumergimos en un entorno urbano cargado de ruido, un ensordecedor ambiente que nos impide oír lo que llevamos dentro. Juanele buscó con sus poemas interrogar al mundo, descubrirse y encontrarse en él, por eso siempre vivió interactuando con el territorio en el que nació, ese paisaje fluvial que trazan los afluentes del Paraná y el Uruguay. Versos que manifiestan un diálogo espiritual con los elementos naturales, especialmente con los ríos y sus aguas, versos en los que abundan los puntos suspensivos y los signos de interrogación como expresión lingüística de ese diálogo de almas. El poeta no se opone al mundo, se funde con él; objeto poetizado y sujeto son la misma cosa en la obra de Juan L. Ortiz. Su poesía celebra la vida primaria en comunión con la naturaleza y es optimista en cuanto a esa vuelta al origen: “yo sé que un día los frutos de la tierra y del cielo, más finos, llegarán a todos. Que las almas más ignoradas se abrirán a los signos más etéreos del día, la noche y de las estaciones...”
Pinta con sus palabras toda una cosmología en la que no falta detalle, pues todos los seres y las cosas que habitan en la tierra merecen ser reveladas; todo forma un conjunto armónico en el que debe integrarse el hombre, para lo cual éste debe aprender a mirar más allá de lo que ve, aprender a sentir y a escuchar con un nuevo sentido, con una “inteligencia ardiente”, la que posee quien vive con todo su ser. El propio poeta creía que para captar un objeto se necesitaba la sensación, la intuición, la imaginación y la preeminencia de matices entre la intuición y el concepto, sólo así el hombre puede entender el mundo y entenderse a sí mismo.



NO, NO LA TEMAS...
No, no la temas, ella te mira
de donde tú doblas, constantemente, los días...
Y de noche, aún, te visita,
y tú quizás ni sospechas que algunas veces por
tu hálito
ella te respira...:
y esa palidez que, de repente, mientras duermes, te
marfila,
desde, acaso, otro sueño, la huida
que tu frente y encera, anticipadamente, en lila
los párpados que te sellaría...?

Si ella es detrás, siempre detrás de ti
y es contigo
hasta cuando hacia las diez de un azul de setiembre tú vibras
con la brizna
en ese algo que lejos de pulsaría apenas si
verticalmente le mide
en otro jade el minuto
como un lapidario de éste, miniándole en su línea
el centelleo que a su pesar no remite,
no, el circuito…

Ella es menos que una sombra o ese nadie que te pierde en lo
invisible
y que te habita:
más en ti, en ti
que afuera entonces del tejido
de la millonésima de segundo que tú mueres al vivirte…

Pero puedes, con todo, hacerte tú ella misma
ardiéndote antes de que se incline
sobre tu velilla
tal el héroe al alzarla en una sola llama con la suya
ganándole al destino
el soplo que lo seguía...

y como tú, pues, en el poema en que de súbito, asimismo,
quemas ese momento de la oscuridad o de la luz que de todo
o de todos asumiste
y que con tu sangre también, les rindes
en insignia
del silencio a flamearles cuando el asta, por igual, deba
fundírseles
en lo que abrasa, de improviso,
el alrededor de unas islas…

(poema de "La orilla que se abisma")


[“La orilla que se abisma”, una película del cineasta Gustavo Fontán, combina poesía y cine para ofrecer al espectador una interesante mirada, la del poeta Juan Laurentino Ortiz]

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