sábado, 29 de mayo de 2010

El Cielo de Salamanca

Lo que la vista ordena es un refugio
en que el alma custodia la memoria
del primer resplandor;
y es esta calle,
su peaje vertical de piedra en piedra,
caligráficamente colocado
para abrazar el cielo diminuto
de un tul azul milagro entre cornisas,
mi primer territorio de belleza,
la primera lección de dónde vivo,
esta ciudad de muros y campanas
que me quiso asfixiar con su hermosura.
En ella esta precisa quebradura
medida y diapasón, guarismo y cifra
de todos los restantes resplandores:
precisamente aquí, ascua perenne,
lugar de los lugares, parado aquí,
abro el cofre del alma a su intemperie:


en mi hombro izquierdo Casa de las Conchas
pétreo brazo de mar sin gota de agua
que dispone la luz y la señala
en sus dedos de sombra repetidos;

y en el otro perfil La Clerecía
cíclope dibujándose en deshora
como si Dios hubiese aquí dispuesto
un primer escalón al Paraíso.


Y abrazado a las dos, o a pesar de ellas,
en el tránsito dulce del ocaso,
a los ojos alzados de mi antigua mirada
la rendija del aire infectada de sombras
le mostró un firmamento irrepetible,
el más hermoso azul del Universo
que hipnótico al epílogo del día
en su insaciable luz justificaba
la hornacina, las conchas, la deshora,
los pasos; las ventanas, el Paraíso,
la niñez, la mirada…
la existencia
de esta ciudad de líquidas texturas
convertidas sus piedras sólo en marco
del prodigioso azul que las corona.
Lo que el alma custodia es sólo el cielo.

Ángel González Quesada

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