lunes, 17 de marzo de 2008

Pidiendo la palabra



“… porque aquel ángel fieramente humano/ no crea mi dolor, y así es mi fruto/ llorar sin premio y suspirar en vano”
(Suspiros tristes, lágrimas cansadas, poema de Luís de Góngora)


El poeta y Dios. El hombre que clama al cielo y reclama ser escuchado por un Dios que se presenta ya como un ente lejano, como un representante del Poder que no responde a los gritos ahogados del poeta, que mira hacia otro lado y se tapa los oídos ante las súplicas de un hombre que sufre una crisis existencial y parece necesitar un aliento de fe o de esperanza, de vida en todo caso. Blas de Otero “pide la paz y la palabra”, pero éstas se le concederán más tarde, en 1955. Antes, y tras una etapa de “poesía arraigada” en la que predominan los poemas de amor y de temática religiosa, el poeta bilbaíno que recibió una educación de los jesuitas, perdió su norte, dejó atrás la influencia que en su poesía había ejercido el místico San Juan de la Cruz y se apartó de la magia de los versos a mediados de los años cuarenta. En los últimos años de esta década reaparece su poesía, pero no es el mismo Blas de Otero, su tono es ya desarraigado:

Un mundo como un árbol desgajado.
Una generación desarraigada.
Unos hombres sin más destino que
apuntalar las ruinas.

Con estos versos del poema “Lo eterno” comienza “Ángel fieramente humano” (1950), un libro cuyo título surge del poema “Suspiros tristes, lágrimas cansadas” de Góngora y que cambia el sentido de la poesía de Blas de Otero. Dios ya no escucha su voz, y sus versos destilan entonces la agonía de un ser humano que se siente solo ante el mundo, que está a un paso de caer en el abismo y la desesperación.

“Asistimos a un intento de desacralización del nombre que es la metáfora del Poder: Dios. (…) es la historia de un hombre en lucha con los poderes que le impiden llevar a cabo su vocación, su vida. Y utiliza el código tradicional en el que se ha formado: el religioso. Dios es el Supremo Poder, por ello funciona como una sinécdoque: está en el lugar de todos los poderes castrantes.”
(Sabina de la Cruz, presidenta de la Fundación Blas de Otero y viuda del poeta)

No sólo el contenido de los poemas cambia, también la forma. Predominan las estructuras clásicas, en particular los sonetos, pero Blas de Otero los rompe con encabalgamientos abruptos, con bruscas rupturas rítmicas, expresando no sólo con las palabras, sino también con la disposición de las mismas, la rebeldía que siente por el silencio divino.

Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,


al borde del abismo, estoy clamando


a Dios. Y su silencio, retumbando,


ahoga mi voz en el vacío inerte.



Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte


despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo


oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando


solo. Arañando sombras para verte.



Alzo la mano, y tú me la cercenas.


Abro los ojos: me los sajas vivos.



Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.


Esto es ser hombre: horror a manos llenas.


Ser —y no ser— eternos, fugitivos.


¡Ángel con grandes alas de cadenas!

(poema Hombre, de Ángel fieramente humano)

En su siguiente libro, “Redoble de conciencia” (1951), continúa manifestándose esa crispación, aunque se puede ver ya una salida a ese túnel de la obscuridad existencial. El acercamiento a los demás y los versos como medio para llegar a un mundo mejor son elementos de una poesía que es a partir de 1955, año en el que se publica “Pido la paz y la palabra”, social y crítica. Blas de Otero encuentra así un nuevo camino poético, con un lenguaje más sencillo que se dirige “a la inmensa mayoría” desde su compromiso como hombre y poeta que quiere transformar una realidad, la de la España de los años cincuenta, que se presenta miserable, pero digna de ser alimentada por la esperanza del cambio.



Si he perdido la vida, el tiempo, todo


lo que tiré, como un anillo, al agua,


si he perdido la voz en la maleza,


me queda la palabra.



Si he sufrido la sed, el hambre, todo


lo que era mío y resultó ser nada,


si he segado las sombras en silencio,


me queda la palabra.



Si abrí los labios para ver el rostro


puro y terrible de mi patria,


si abrí los labios hasta desgarrármelos,


me queda la palabra.



(poema En el principio, de Pido la paz y la palabra)



El 15 de marzo es “el día de Blas de Otero”, el día que nació el poeta, hace ya 92 años. Pero aunque pase el tiempo, sus palabras siguen vivas, y a veces reviven en las voces de otros, en recitales, como el del viernes 14 en la biblioteca municipal Bidebarrieta Kulturgunea de Bilbao, titulado “Leyenda a Blas de Otero”, que recuerdan su paso por el mundo. Además de homenajear con ese recital a su poeta, el ayuntamiento de Bilbao ha creado el “Premio Internacional de Poesía Blas de Otero-Villa de Bilbao”, que pretende “fomentar la creación literaria y acercar a los vecinos de Bilbao la figura de uno de sus más destacados autores”. Y es que aunque nos quiten el tiempo, la vida y todo, siempre nos quedará la palabra, la voz y la poesía.


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