lunes, 21 de julio de 2008

Poesía hablada

La lectura es un acto individual, una actividad en la que el lector se entrega, con alma y cabeza, a la historia que lee, historia por la que se deja atrapar y en la que deposita de alguna manera parte de su ser. Sin embargo, la lectura “colectiva” o mejor aún la lectura compartida es no sólo posible, sino que además puede resultar fructífera. La poesía requiere entrar al fondo de su esqueleto metafórico para desentrañarlo y conseguir un mejor entendimiento de aquello que quien lo escribió quiso transmitir. Pero la metáfora es una figura con significados que bailan de acuerdo al sentido que el receptor quiera darle y por eso escuchar poesía es dejarse llevar por lo que la voz del momento nos sugiera, sin entrar en un estudio profundo, pero dejando aflorar los sentimientos más hondos. ¿Y no es esto poesía en estado puro?
Los recitales son una buena forma de llevar al público la poesía que éste no lee, bien por considerarla oscura, difícil, insondable o sombría o bien porque resulta simplemente demasiado aburrida. Si quien recita domina el arte de la elocuencia y es capaz de transmitir lo que desea a los otros, estos que escuchan sentirán que la poesía penetra en ellos y que sus versos se quedan titilando dentro, allí donde deben hacerlo. Pero si la voz se muestra inútilmente abatida, o suena pretenciosa y erudita únicamente por gritarse en palabras ampulosas y de pronunciación difícil, conseguirá que el ánimo del público decaiga irremediablemente y que dé aplausos mecánicos, pero no sinceros.
No hay que olvidar que el origen de la poesía se encuentra en el terreno de la comunicación oral, por eso recuperar su sentido primigenio resulta positivo si se pretende dar más visibilidad a un terreno literario árido o cuanto menos desconocido. Pero el arte de hablar en público y acercarse a éste a través de la palabra no es tarea sencilla, y cada vez son menos los que logran atrapar al lector convertido en oyente.
Pocos se salvan, pero haberlos hailos. Por eso sigo llevando en las entrañas una metáfora clavada: aquel “vaho de los bueyes” que se repetía en algunos poemas de Fernando Gómez Aguilera, y parecía revelarse como algo enteramente suyo. Y es que los poetas se vierten en sus versos, son estos su reflejo, aunque a veces los lectores no sepamos verlo.




Aprendí a esperar la luz
y venía a nuestra guarida.

Sillar que aguardas di,
di la nieve y el frío.

: “nos fue fiel el invierno
entre balcón y tejas”
.........................................

Caigo en la piedra púrpura,
la roca, la palabra.

Arde dentro del desierto,
¿nuestra tumba de seda?

Sólo hay agua en la sed.
Sólo sed en la piedra
........................................

Todo lo que he sido
está fuera de mí.

Duermen mis figuras
en las arterias
de las plantas umbrías.

Pulverizado, victorioso
en el vacío.
Sólo creo
en la ternura y en los bosques.

Ser tan poco y apenas.
¿Podré regresar a lo que amo?

Vaho de bueyes en mi iris.

.......................................

Estoy de paso por el centro
de la luz celebrada.

Veo el insecto azul,
su fe y su célibe silencio.

Es mi esquina más pura.
Allí pastan mis animales.

Huele a ramas tronchadas.
Y llega el olor a fermentos.

Así es la luz: incierta.
Y apenas entra en la palabra.

Nunca entra en nada
que no sea su misma luz.

Y luego allí, en su fuego,
ardiendo hasta cegarnos.

Miro los ciruelos, tu mano,
el muslo de tus sueños.

Memoria del humo. Una brizna
de fulgor y condena.

Luz incierta (Fernando Gómez Aguilera)

2 comentarios:

Mario Fizzio dijo...

tú lo has dicho, el arte de hablar en público.

palabras mayores, me parece, y seguro que los hay, pero muy muy poquitos, y es que hay que reunir un amplio abanico de cualidades para recitar (interpretar) poesía.

harto complejo el negocio.

isobel dijo...

gracias por todo, por el poema, por tu texto, por todo, besos