viernes, 11 de julio de 2008

¿Vos creés en el destino?

















Cuadro blanco sobre fondo blanco (Malevich, Kasimir)

No había, en su mente, ni miedo ni inquietud. Un lago tranquilo le había estallado, de repente, en el alma. Tenía el mismo sonido que una voz que conocía.
Se volvió y lentamente regresó sobre sus pasos. Ya no había viento, ya no había noche, ya no había mar para ella. Andaba, y sabía hacia dónde andaba. Eso era todo. Sensación maravillosa. De cuando el destino finalmente se descubre, y se convierte en un sendero inteligible, y huella inequívoca, y dirección exacta. El tiempo interminable de la aproximación. Aquel acercamiento. Ojalá no acabara nunca. El gesto de entregarse al destino. Ésa sí que es una emoción. Sin más dilemas, sin más mentiras. Saber dónde. Y alcanzarlo. Allá donde esté el destino.
(...)
No cesarían nunca. Cada uno a su manera, pero todos continuarían contando lo de aquellos dos y lo de aquella noche entera transcurrida restituyéndose la vida, el uno a la otra, con los labios y con las manos, una muchachita que no ha visto nunca nada y un hombre que ha visto demasiado, el uno dentro de la otra –cada palmo de la piel es un viaje, de descubrimiento, de retorno –en la boca de Adams sintiendo el sabor del mundo, en el pecho de Elisewin olvidándolo –en el regazo de aquella noche tumultuosa, negra tempestad, ascuas de espuma en la oscuridad, olas como montañas desmoronadas, ruido, ráfagas sonoras, furiosas, de sonido y de velocidad, lanzadas a ras de agua, en los nervios del mundo, mar océano, coloso rezumante, tumultuoso –suspiros, suspiros en la garganta de Elisewin –terciopelo que vuela –suspiros a cada nuevo paso en ese mundo que corona montes nunca vistos y lagos de formas impensables –sobre el vientre de Adams el peso blanco de esa muchachita que se balancea con músicas mudas –quién hubiera dicho que al besar los ojos de un hombre se pudiera ver tan lejos –al acariciar las piernas de una muchachita se pudiera correr tan rápido y huir –huir de todo – ver lejos –venían de los dos extremos más alejados de la vida, eso es lo sorprendente, pensar que nunca se habrían rozado salvo atravesando de punta a punta el universo, y en cambio ni siquiera habían tenido que buscarse, eso es lo increíble, y lo único difícil había sido reconocerse, reconocerse, cosa de un instante, la primera mirada y ya lo sabían, eso es lo maravilloso –eso seguirían contándolo siempre en las tierras de Carewall, para que nadie pueda olvidar que nunca se está lo bastante lejos para encontrarse...
Océano mar (Alessandro Baricco)

2 comentarios:

Media y del mar dijo...

- ¿Vos creés en el destino?
- Creer o reventar...

Será el mismo amor, la misma lluvia la que nos empape el alma y nos cale hasta los huesos. No se puede elegir la lluvia...

Verónica dijo...

¡Deja ya de hacerme llorar!, ¿no? Ráfaga sonora... hoy estuve hablando de ti. Sé que soy afortunada por poder contar contigo. Eres un ángel.

Qué texto tan bonito... ¿Nunca se está lo bastante lejos para encontrarse? Aquí hace frío, y cada vez reviento más y creo menos. Ya ni Rayuela. Nada que decir de la lluvia o del amor... tormentas. Me voy a pasear un rato por nuestra carretera, a ver si cae alguna estrella.
Hoy quería dejarte algún regalo, pero sólo me salieron sombras.
Ya tengo un sueño para escribirte.